miércoles, 19 de octubre de 2011

- SEIS -

Sentadas en un saliente de la montaña, hay Hadas que tomamos un Gin Tònic, viendo caer la tarde. Observamos las nubes, ¡nos encanta!. Consideramos las nubes lo más parecido a expresiones de cambios de humor de la atmósfera y los interpretamos como los del rostro de una persona. Creemos que las nubes son para soñadores y que su contemplación beneficia el alma. De hecho, las Hadas que consiguen encontrar formas fantásticas en ellas, se acaban ahorrando muchísimas facturas en psicólogos...

Además, se las considera poesía en estado puro de la Madre Naturaleza y uno de los mas igualitarios de sus despliegues, ya que todo el mundo puede disponer de una estupenda vista de ellas. Y desde mi montaña preferida se tiene una magnífica perspectiva.

Lo que quizás no sea tan frecuente, ni para una Hada ni para el resto del mundo, sea toparse con un Dragón.

La única historia sobre dragones que me creí siendo niña, fue la que leí en un viejo libro sacado a escondidas de la biblioteca de mi abuela. Ella seguro que también era un Hada, pero en aquellos tiempos no se tenía mucho tiempo de pensar en lo que una era, sino en lo que no se tenía que ser.
Aquella historia narraba con un extraordinario color y dramatismo...


"Y apareció en el cielo una bella mujer revestida de Sol, con la Luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Estaba embarazada y gemía de dolor porque iba a dar a luz. Entonces apareció en los cielos un enorme dragón rojo como el fuego. Con ojos de furia y hielo. Su cola arrastraba mil millones de estrellas del cielo y las precipitó sobre la Tierra. El Dragón se proponía devorar al hijo de la mujer en cuanto naciera. 


Pero la mujer alumbró una niña, tan hermosa y blanca que el dragón se cegó con su visión y el hielo de sus ojos se convirtió en un manantial de luz que ascendió a la recién nacida hasta su lomo. 
Allí la acunó y la cuidó, mientras su madre, asustada huyó a las montañas, donde fue alimentada y protegida el resto de su vida por los ancestrales seres que entonces las habitaban. Tiempo después se sabría que los celtas, considerarían al dragón como una divinidad de los bosques, cuya fuerza podía ser controlada y utilizada por sus magos.


Entonces, se libró una batalla en el cielo por recuperar a la neonata y los ángeles combatieron contra el dragón que, presuntamente, fue vencido y expulsado del cielo. 
En el mítico combate el dragón asumió dos roles, el de luchador contra la ignorancia de los hombres que lo creían un devorador y el de guardián de su protegida, lo que finalmente, llevaba a una sola intención, la que había esperado durante tanto tiempo como ser cósmico: la que implicaba la muerte para el nacimiento de un nuevo orden, la reinvención de la percepción del Universo y el descubrimiento de un lugar sagrado.


La niña jamás apareció y hay quien asegura que aún a día de hoy, una hermosísima mujer, con cabellos color del sol y vestido de luz de luna, custodia que las estrellas luzcan, vigilada de cerca por su dragón guardián. Y sólo de vez en cuando, él la deja pasearse sobre la Tierra donde la trajo al mundo su madre, para recordarle la fragilidad de aquello que iluminan las estrellas que ella cuida."

Sentada en un saliente de la montaña, con la copa a medio vaciar...recuerdo aquella historia y comienzo a pensar que para llegar al lugar donde vivo, una de las rutas para acceder a él, atraviesa toda una colección de dragones dormidos que con los años, han pasado a ser rocas del paisaje y ya casi nadie se fija en ellas. Sólo los niños.

Por lo que quizás no sea tan extraño el haberme parecido ver a uno de ellos sobrevolando la zona donde me encuentro. Decido apurar mi copa, nunca jamás un Hada tiraría lo que le queda de un Gin Tónic, sólo por haber creído imaginarse algo...y me concentro en el paisaje, el paso lento de las nubes y el matiz de colores que estas van adquiriendo con la caída del Sol.

Estoy a punto de marcharme por culpa del frío de otoño, que juguetea con mis ganas de prepararme otro Gin Tónic para entrar en calor, es entonces, cuando lo veo. A él, al Dragón...




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