domingo, 4 de septiembre de 2011

- DOS -

Mi vida hasta entonces pocas veces se rigió por ese destino, mas bien fue un suceso de historias entrelazadas que, muchas veces partían de un deseo, de algo que quería conseguir o simplemente vivir. Y la mayoría de las veces se fraguaban en el simple deseo. Desear a algo o a alguien era algo así como querer beberme de un trago, a parte del Gin Tónic, un pedazo de vida. Era como querer saborear lo que me estaba sucediendo de una forma apresurada y hasta el fondo, como beberte el último trago antes de que se caliente tu copa.

Esas historias exigían todo mi tiempo, toda mi energía y gran parte del amor que somos capaces de generar. Las historias sucedían y aún hoy siguen sucediéndome cuando necesito vivir dos vidas, la real y la deseada, siempre dejo que suceda así. En esos casos, siempre aparece alguien que me acompaña el tiempo que dura la historia. A veces, presiento su llegada  antes de encontrarme a esa persona, otras, simplemente aparece después del consabido escalofrío en mi espina dorsal. Siempre con nombres diferentes y siempre marcados por la misma mirada y la misma peculiaridad:  la búsqueda. Suelo tener una cierta facilidad para toparme con personas que buscan algo, que ni ellos ni yo sabemos qué es. Cuando lo que ocurre es que acabamos por encontrarlo, rara vez sucede que sea yo a quien buscaban. Si no llegamos a saberlo, la historia se alarga y dilata en el tiempo hasta diluirse poco a poco en el recuerdo de lo vivido.

Cuando la historia termina y la persona desaparece, te ahogas en la ausencia durante un tiempo y sientes que no hechas de menos a la persona que has querido, sino que hechas de menos a la parte de ti que se ha llevado con ella. Durante un tiempo, la parte que te falta prevalece y lo que mas cuesta es volver a encontrar la fuerza para poder seguir y volver a la vida que antes tenías. Podrías pasarte horas intentando encontrar una explicación a lo que has sentido, lo que has pensado o lo que has vivido. En intentar entender en qué o quien te has convertido, pero lo mas probable es que no encuentres palabras para ello. No existe ninguna palabra que puedas utilizar para dirigirte a ti y darte a entender que la historia vivida y su mezcla de sentimientos y pensamientos, sólo te dejan una sensación para que cada vez que la vuelvas a sentir, te ayude a comprenderlo todo.

Cuando te conviertes en hada, y eso nos pasa a muchas mujeres, lo que ocurre es que no estamos atentas a la transformación, empieza a ser un poco mas fácil aceptar que la consecución de historias no es mas que una forma de mantenernos en equilibrio con el mundo. Un mundo que, hasta la fecha, todavía cuestiona nuestra existencia, nos sigue encasillando en cuentos fantásticos y que le dice a sus pequeños que no existimos. Un mundo que no se ha parado a mirar que hay en el fondo de una copa de Gin Tónic.

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