sábado, 3 de septiembre de 2011

- UNO -

Las hadas no beben néctar de flores, ellas beben Gin Tónic. También cerveza, litros y litros de cerveza. A veces beben hasta no poder mas. Después mueren para renacer de nuevo y seguir bebiendo.
Al menos, todas las hadas que conozco hacen así. Lo sé porque yo soy una de ellas.
Empecé a ser una hada pasada la treintena. Antes fui princesa, acróbata, puta, actriz y ladrona, y no precisamente por este orden.
A los 28 se me rompió la vida y a los 33 afloró con una fuerza estremecedora la hada que habitaba escondida bajo mi piel. Me sobrecogió intentando ahogar mis ideas preconcebidas, cuestionando mis principios y batallando por rasgar mis hipócritas vestiduras.

El proceso empezó, primero sutilmente, muy despacio, y a golpe de predecir situaciones, acontecimientos y sucesos sencillos. Sorprendiéndome sabiendo de antemano qué sucedería a los pocos minutos de haber tenido un pensamiento o una presunción.
A veces me quedaba en blanco, embobada, mirando a la nada, poco antes de que apareciese por la puerta justo la persona en quien estaba pensando.
Otras veces, un airecillo frío se instalaba en mi nuca o subía por mi espalda, anunciando una oportuna llamada telefónica o una visita inesperada en casa.
Y, en ocasiones, me bastaba con desear alguna cosa, para conseguirla de inmediato.
Es el destino, solía pensar. Pero, hasta la fecha el destino había sido conmigo caprichoso, impredecible e incluso decepcionante. Nunca nada era lo esperado, ni mucho menos lo deseado. Aunque, también hasta la fecha, frecuentemente había sido lo conveniente.

(Voy a prepararme un Gin Tónic y sigo en un ratito...)

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